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VIAJE A LA BELLEZA



Aunque no soy muy dada a los viajes de aventura, sí lo soy a los culturales. Es como si mi mente quisiera, a través de la obra creativa del hombre, redimirle de sus muchas atrocidades históricas. En cierta etapa y circunstancia de mi vida, tomé la decisión de visitar los jardines colgante de Babilonia, para ello intenté documentarme sobre el tema, pero es muy difícil para un folleto publicitario explicar el aroma de las flores, el frescor de los árboles, el sonido de los surtidores, el revuelo de los pájaros, el brillo de los estanques.
Quise experimentarlo por mí misma y para ello preparé mi equipo; ropa de quita y pon, una cámara de fotos, papel y lápiz para tomar notas y me puse unas cuantas vacunas contra las enfermedades más comunes que suelen atacar a los viajeros curiosos.
No creo que se necesite nada más para este proyecto, tan sólo abrir los ojos bien con el objeto de no perder detalle de toda la belleza que encierra una de las siete maravillas del mundo antiguo. Como estoy acostumbrada a este tipo de viajes ya contaba con cierta predisposición a padecer ataque de desánimo, en todo viaje largo a través del tiempo surgen salteadores, buhoneros con su mercancia, encantadores de serpientes, exhibicionistas de patrañas o jueces condenatorios. En definitiva, estos son los desactivadores del ánimo que necesita todo viajero para realizar ese objetivo que se propone en su inicio. Nada de esto enturbia la claridad de la meta ni el proyecto iniciado, pero en ocasiones retarda un poco la llegada a la meta.
Al consultar las posibles vías por las que se puede discurrir, no es nada fácil elegir entre un amplio espectro de posibilidades. Uno va desechando una tras otra hasta que cree saber la que más se ajusta a las propias capacidades, entonces escoge esa, aunque no sea la más conveniente. Si uno es amante del progreso y los avances tecnológicos, puede decidirse por la vía súper rápida en la que no da tiempo a ver paisaje alguno, no se puede disfrutar de los perfumes ambientales, ni de las brisas refrescantes pero se acumula una gran cantidad de datos. Esa es una vía que pretende llevarte a la belleza de los jardines de Babilonia sin parada alguna para respirar aire puro. Esto es un castigo para la persona que le gustan los paisajes llenos de ojos misteriosos, sonrisas que inspiran confianza, carcajadas y risas y oír los cantos del ir y venir de la vida. Es necesario tener bien claro que no se debe convertir el camino en meta por atractivo que este parezca, aunque esté lleno de exuberantes bellezas artificiales, has de proseguir para palpar el verdadero dolor de la belleza desnuda, el apabullamiento de la realidad aunque nos cause cierta muerte. Nunca hay que rendirse o desviar nuestra vista del propósito por el que comenzamos un viaje, no nos deben de detener los espejismos de plástico o de papel que nos crean dudas sobre lo real.
En este viaje estoy resuelta a morder las plantas de los jardines colgantes de Babilonia hasta que me amarguen o me endulcen la boca, a masticar las hojas de los árboles para que su sabia ancestral nutra mis huesos. No importa si muero en el intento; todo antes que vivir una estúpida mentira sobre el cemento frío y sin vida que nos circunda.

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