lunes

MI LIBERDAD DE ESCOGERTE



Me adhiero a las huellas de tus dedos y a causa de tu aliento sobrevivo, cada una de esas obras tuyas me sorprende, me deja boquiabierta, me apabulla. Siento tu amor como las alas del águila protectora con sus polluelos, como esa madre que acuna en su regazo al hijo hasta que concilia el sueño antes de que llegue el alba. No quiero exiliarme de tus ojos ni vivir la aventura de cruzar un campo a través despreciando el camino de regreso a ti, nada puedo alegar en mi defensa ante las caídas, por ello confío en una clemente absolución por tu parte. Esa mano del hombre tendida al pordiosero es una migaja comparada con tus brazos protectores, cálidos, leales y seguros. Me has tejido con fibras de amor puro y, porque derramo lágrimas por la injusticia, sé que no soy una vulgar bestia que no pueda dialogar con su padre de dinámica fuerza. Me falta mucho aún por conocerte pero ya me apasiona lo que de ti conozco, soy consciente de que una eternidad sería necesaria para asumirte y aún así será imposible. Aunque por un tiempo pueda perderme por esta insensatez humana que arrastro como herencia, confío en tu capacidad de amar para volver a encontrarme.

Ya que me he pasado media vida buscándote, amén de librar unas cuantas batallas por escucharte, confío en que no olvides mi nombre y aquel temor primero de hoja temblorosa en la copa de un árbol a punto de despegarse de la rama. Con tu gran generosidad me has regalado una paz incomprensible para todos los sabios de este mundo y, por el simple hecho de contarte mi dolor, tú te lo tragas para siempre. Así, ahora he quedado aún más libre que cuando escogí adherirme a las palmas de tus manos. Sé que aún no ha llegado la hora de mi silencio pero cada vez me cuesta más dolor abrir mis labios, dejar salir el aire de mis pulmones para que vibren las afinadas cuerdas que pusiste en mi garganta, con sonidos cadenciosos para que sirvan de dulces ungüentos a las almas que sufren, cada vez son más numerosos los que sufren y sus llagas más profundas e incurables.
Tú sabes mejor que nadie cuanto valoro el silencio como uno de los tesoros escasos, como lo único que me permite pensarte, reflexionarte, colocar cada objeto en su estante, cada letra en su abecedario, llamar a cada cosa por su nombre, hacer un minucioso repaso de mis haberes para averiguar el saldo existente a mi favor o por el contrario, saber cuan grande es mi deuda. Pero tú me has condenado a denunciar con palabras, a notificar a los hipócritas su desacato, a rechazar la incoherencia o la farsa. Dolorosa condena la mía que siempre he sido amante del silencio, ese que me habla para que paradójicamente pueda ejercitar mis tímpanos como temprana puerta al laberinto donde los sonidos nadan en endolinfa e insisten en procurar placeres a las razón, porque las sinrazones duelen al llegar retumbando a mi cerebro como ese gong metálico que produce un único sonido molesto e impreciso. Ese dulce sonido de la razón viene siempre de la mano del silencio y la meditación en tu exactitud matemática. Necesito escuchar aún todo lo que ignoro, todo eso de que carece mi conciencia para continuar viva, alerta a la invasión de los pájaros negros que tiñen sus plumas con la blanca cal de la apariencia. Dime; ¿Hasta cuando tengo que esperar para otro de mis largos silencios?

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