viernes

DAME UNA TREGUA

Con cada nuevo dia, el amanecer me trae colgada de su brazo, la esperanza de que el dolor no será otra vez el protagonista de la jornada.
Ya fue el rey maligno de gran parte de la noche, con sus clavos hiriendo los tendones, con su fuego abrasando los músculos, con su ácido corroyendo los huesos.
Queriendo despojar a la consciencia de tan tirano invasor, una se adelanta a la mente con más y más proyectos, para que no caer presa de la debilidad y la impotencia.
Hay que darle a los pies su tiempo para que logren la imposible tarea de sostener a todo el cuerpo, incluida la cabeza. Primero se fortalece uno tanteando el suelo para alejar el hormigueo y luego el otro hasta conseguir estar de pie. Finalmente los dos quedan afianzados y se puede empezar a caminar.
Cada día se produce una especie de conquista territorial que me invade el cuerpo, que se manifiesta en una cadena de batallas constantes que nunca se sabe dónde ni cuándo se van a producir, ni en qué parte del cuerpo descargarán su maldito arsenal de dolor paralizante.
Puede ser que el ácido circule ascendente por los dedos de las manos y acelere el pulso con sus mil agujas clavándose a un tiempo, que no se sabe si viene desde adentro hacia afuera o desde afuera hacia adentro.
Al maldito dolor le suplico que me dé una tregua, y a continuación me pongo seria y se lo pido con todas mis fuerzas que me deje en paz.
Y es tal la avalancha de cosas interesantes que le expongo, la batalla pirotécnica que le muestra mi imaginación y la ganas de vivir que vienen en mi defensa, que remite o se adormece, que se rinde y me olvida por el momento.
Estoy segura de que volverá en el momento menos oportuno a amargarme la existencia, porque vuelve con igual fuerza u otra más renovada, pero por ahora lo consigo, en estas ocasiones benditas logro que mi mente lo venza.
Esta victoria temporal es una fiesta de alegría y vida que vale la pena experimentar. Y si alguien me ve solo en ese momento creerá que la vida me ha regalado una salud de hierro.


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