sábado

EL BARÓN Y SU TALÓN DE AQUILES


Mientras el caballo afeitaba la hierba del prado con sus dientes, el guerrero que lo cabalgaba se dejaba caer sobre ella, tomándola por una mullida alfombra. El tramo recorrido por ambos había sido el suficiente como para necesitar de un descanso. Aunque en otras ocasiones el barón realizara incursiones en los dominios de la dinastía de los Trencavell, siempre lo hizo confiando en no tener que vérselas con los abominables secuaces que defendían los intereses de dichos nobles,una extrema vigilancia ya que poseían la mejor ganadería de los contornos. Sus caballos adquirieron la fama de ser veloces y resistentes y la carne de sus reses vacunas, la mas sabrosa y tierna.
Desde donde se hallaba el caballero, podía verse, hacia su derecha, la espesura de árboles que medraban por la orilla del río formando una culebra verde. A su izquierda, un riscoso montículo que impedía divisar la altiplanicie donde se erguía el castillo del feudo. No quiso que le acompañase su escudero en este viaje, ya que su objetivo era espiar posibles flaquezas en el sistema defensivo importado de Normandía por aquellos señores. Como no se percibía el rigor de tal sistema, tuvo la tentación de deshacerse temporalmente de la cota de malla, el yelmo y la coraza, pero su propia experiencia le alertó de que no se debe bajar la guardia, y menos aún, cuando se ronda por las propiedades de tus rivales. Mientras pensaba en cómo llevar a cabo su estrategia, dirigió una mirada a su cabalgadura comprobando que el animal seguía con el hocico en tierra, aferrado a la grata tarea de engullir hierba. .
La niebla densa de aquella mañana de octubre comenzada a disiparse permitiéndole ver con claridad las montañas mas lejanas. Recostado como se hallaba, un insistente sopor se adueñó de su voluntad hasta vencerlo. Por su mente comenzaron entonces a desfilar, a una velocidad vertiginosa, cientos de acontecimientos vividos durante tantos años al servicio del rey capeto de Francia, en el condado de Carcassona. Dichosos tiempos de victorias, conquistas y logros, en los que su espada segaba las cabezas de los cátaros como si de espigas se tratase, convencido de la buena obra de acabar con aquellos tozudos herejes..
Cuando un caballero hace un juramento a su rey jamás se retrae de ello, aunque le cueste la vida, demostrando así la eficacia del juramento y el logro que significaba tras años de duro entrenamiento para llegar a serlo. Inolvidables eran también los festines al regresar de las cruzadas, los torneos entre condados vecinos en los escasos periodos de paz, los halagos de las dulces cortesanas así como las largas y apasionantes jornadas de cetrería. Pero, sin poder evitarlo, algo más real se cuela entre tantas voces e imágenes de su memoria. Es un chillido agudo y desesperado que le hace incorporarse súbitamente al tiempo que desea comprobar de dónde sale tan espeluznante sonido. Procede del bosque cercano, es tan penetrante que hasta su rocín ha dejado de comer y resopla con las orejas de punta. Sin pensarlo siquiera, el caballero se dirige rápidamente hacia el lugar de donde vienen aquella especie de alaridos, y al llegar al sitio exacto de donde procedían, descubre que una ardilla ha caído en un cepo para atrapar zorras, que está luchando, arañando desesperada con la pata que le queda libre en su afán por escapar. El fornido luchador se quita el yelmo dejándolo en el suelo, su compasión por el animalito le hace bajar la guardia. Abre el cepo con sus propias manos rescatando al aterrorizado animal. Sin dudarlo un momento, arranca un jirón de tela de su propia capa con el que venda una pata que la ardilla tiene rota. Acabado el trabajo, la deja ir, y ella desaparece por entre los árboles, fugaz como un relámpago..
De repente, sobre su grueso cuello, siente el frío de un acero que le estremece, después, algo semejante a una lanza le apunta a su costado, a la vez que dos horcas de hierro caen con violencia sobre cada una de sus piernas, aprisionándolas. Momentos más tarde una soga rodea su cuello. .
-¡Estoy a punto de ser un muerto! -Debió de pensar..
Varios pares de ojos saltones y enrojecidos le miran complacidos de verle en tal situación. Parece evidente que es un lujoso trofeo en manos de aquellos rufianes. Como si de un costal lleno de cereales se tratase, lo colocan sobre su propio caballo una vez amordazado. Es bien sabido que un caballero no se rinde nunca, por eso, su pensamiento se centra desde entonces en la manera de llegar a liberarse.

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