martes

LO DURO DE ABRIR CAMINOS

Nunca se recibe con alegría al primer extraño que llega a una ciudad, mas bien se posan en él todos los recelos.
El humano, bella criatura de costumbres, tiembla cada vez que aprecia en el aire un olor diferente al que está habituada su pituitaria. Se inquieta ante los ojos oblicuos cuando los suyos son redondos, y viceversa. Entonces comienza el despliegue de su estrategia defensiva con un ataque, haciéndolo con la boca, con las palabras en forma de dardos envenenados disparados por la lengua. Qué mísero es el miedo que provoca desconfianzas.
Cuánto de atrevida en la ignorancia que imagina peligros.
Si alguien se atreve a abrir una nueva puerta siempre hay veinte dispuestos a cerrarla, cuando alguien se decide a plantar un rosal en el terreno abandonado, aparece el tonto de turno para vomitar sarcasmos y risas tontas de desánimo. Mejor es que sigan creciendo las malas hierbas a las que ya estaban acostumbrados los ojos porque ellas no necesitan cultivadores, mejor es que todo siga como siempre de inservible.
Quien procura abrir un camino a través de la selva, suele sufrir el ataque de los insectos, la picadura de las serpientes o padecer lo abrupto de las plantas que crecen en la ley del mas fuerte.
Tan solo el que se aventura a adentrarse entre tan impresionante población, tal vez, logre el placer de descubrir todas las joyas que se hallan guardadas entre los viejos troncos retorcidos, las exuberantes plantas o la energía que encierran las miles de semillas desconocidas.
Gracias, precursor de la belleza, de no ser por ti, el mundo andaría siempre bajo la densa niebla de la ignorancia.
Por favor, que tus hijos sean abundantes, y que no acabe nunca tu estirpe.

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